Como servidores de esta diaconía, en medio de la cotidianidad y de la tarea evangelizadora que el Señor nos ha encomendado a cada uno de nosotros, servidores religiosos, laicos y personas de buena voluntad que contribuyen al desarrollo humano integral, podemos vivir apresurados en el deseo de “cumplir” con las tareas de servicio propuestas, y obviar la importancia de reconocer cómo lo que estamos haciendo me lleva a un proceso de conversión personal, grupal y comunitaria que me permite acrecentar la fe y ser testimonio del amor de Cristo, y, desde el acompañamiento a los otros, también logro contribuir a ese proceso de conversión de mi prójimo. No obstante, es fundamental comprender qué es la conversión y cómo el servicio que estoy haciendo en el desarrollo humano integral me permite vivirla y ayudar a vivirla a otros.
Así mismo, las situaciones de vida personal y que se acompañan, pueden incidir en una pérdida del sentido del servicio, normalizando ciertas realidades humanas que se ven en lo cotidiano y que se pueden “naturalizar”; no obstante, desde la apuesta por el desarrollo humano integral, el amor es la fuente inspiradora de la tarea pastoral, por tanto, el servicio debe estar impregnado de este y sobre todo de alegría, pero ¿Cómo no perder la alegría en medio del dolor humano y cómo lograr trasmitirla a tantos que la necesitan? ¿Cómo la alegría me ayuda en mi tarea evangelizadora y se convierte en un signo de esperanza para los otros?
La conversión y la alegría son dos actitudes fundamentales para vivir el Camino Discipular Misionero, camino del cual hacemos parte y en el cual contribuimos desde la tarea del desarrollo humano integral, por tanto, debemos conocerlas, apropiarlas y vivirlas en medio de la labor cotidiana y la misión que el Señor nos ha encomendado.
